John Huston, el cineasta, consideraba que Sartre era un
hombre sin capacidad de escuchar, para quien el cuerpo no existía:
Al hablar, tomaba notas de lo que él mismo decía. Era
imposible mantener una conversación con él. Era imposible interrumpirlo. Sin
detenerse siquiera para tomar aliento, me ahogaba en un torrente de palabras
[…]Era pequeño, retacón y tan feo como un humano puede serlo, un rostro surcado
por las arrugas e hinchado al mismo tiempo, dientes amarillos, y encima era
bizco. Invariablemente vestía un traje gris, zapatos negros y siempre iba de
corbata, desde las primeras horas de la mañana hasta que se acostaba, y el
traje no se arrugaba, la camisa estaba limpia; nunca supe si tenía un traje o
varios idénticos. Una mañana amaneció con una mejilla inflamada. Tenía una
caries. Le propuse llevarlo a Dublín, pero no quiso […]. Se contentó con el
primero que apareció, y le sacaron la muela cariada. Un diente más o un diente
de menos no contaba para Sartre. El universo físico no existía para él.
A su vez, de Huston, decía Sartre:
En medio de una cantidad de habitaciones análogas, erra un
gran romántico triste y solitario, nuestro amigo Huston, perfectamente ausente,
incapaz literalmente de hablar con la gente que ha invitado […]. Cuánto
mentismo hay aquí. Todo el mundo mantiene complejos que van desde el masoquismo
hasta la ferocidad. No crea, sin embargo, que estamos en el infierno. Antes
bien, en un cementerio grande. Todo el mundo está muerto con complejos
congelados […]. Y justamente, éste es el paisaje interior de mi boss, el gran
Huston. Cantidades de ruinas, de casas abandonadas, de tierras yermas, de
pantanos, mil vestigios de presencia humana. Pero el hombre ha emigrado. No sé
a dónde. Ni siquiera está triste: está vacío, salvo en los momentos de vanidad infantil,
donde se pone un smoking rojo, donde monta a caballo (no muy bien), donde
cuenta sus cuadros y dirige a sus obreros. Imposible captar su atención cinco
minutos: ya no sabe trabajar, evita razonar.
Tomado de Filósofos en la Tormenta. Elizabeth Roudinesco. Fondo de Cultura Económico, 2009