Para algunos vivir es más difícil
que para otros, dificultad que se vuelve mayor cuando se cree encontrar la
solución en la droga. Y, es que aún sabiendo los daños que produce porque hoy no
se podría estar más informado, parece que todo se olvidara al contacto con esa
aparente panacea que hace que por un ratico las cosas se vean distintas. Un
engaño que, como todos los engaños, solo trae desencanto y en este caso también
ruina.
Una devastación anunciada porque
todo aquello que nos aleja de la realidad, en lo que ya somos expertos sin
darnos cuenta, hacerlo además dándose cuenta es una salida en falso que por
falsa lleva a un abismo.
Y los términos que se utilizan en
su jerga ya lo anuncian, porque estar trabado, como se dice, es una gran
dificultad, lo sabemos cuándo se traba algún aparato que deseamos utilizar, se
vuelve inservible, no cumple su función y si no se puede arreglar, lo que queda
es desecharlo. Algo nada ajeno a lo que sucede con aquellos cuya insistencia en
drogarse los convierte en personas no gratas, no sólo para los demás, también
para sí mismo.
Cuando algo no funciona queda
estático, como quedan los cuerpos de aquellos que entregados a al temor y al
miedo de enfrentar el mundo insisten en que es muy difícil alejarse de “ella”.
Un ella que por su forma de decirlo se entiende como una entidad, una diosa,
una madre, a veces blanca y pura. Que ofrece un lugar para refugiarse parecido
al de los tiempos infantiles en los que todavía nada se sabía, fantasioso e
irreal, felicidad de la ignorancia ante las dificultades de la vida al que se
quiere volver, y se vuelve, pero a qué costo.
Es la sensación de estar completo,
que pasado el momentáneo efecto va a dejar ver con mayor claridad el vacío que
a todos nos habita, por fortuna, porque ese vacío es lo que nos impulsa a
desear y a buscar. Pero de eso nada se quiere saber, en la equivocación de creer
que en la vida todo debería venir ya armado y que los retos que nos impone son
injustos y superiores a nuestras fuerzas, una excusa para ni siquiera intentar,
que es lo mínimo que sin distinción a todos nos toca.
Y un pensar que hay otros más
afortunados, y es posible que sí, pero no porque tengan más dinero, amor,
amistades, posibilidades, menos dolores o sinsabores, sino porque son capaces
de entender que la vida pide ser vivida, que pide que gastemos nuestro cuerpo y
nuestro tiempo en encontrar lo que queremos, que igual no lo entrega fácil.
Lucha para la cual algunos se
sienten imposibilitados y se abandonan, suponiendo que así será menos doloroso
el camino, atajo que lleva siempre a una repetición incansable de desengaño y postración.
Dolor siempre renovado en cada despertar, por eso es entendible quererla otra
vez, engañarse otra vez, inventar que hay un mundo mejor, aunque al abrir de
nuevo los ojos se encuentre rodeado de lo peor.
Paradójico además, esos lugares
oscuros y siniestros que acompañan ese placer secreto que con el tiempo perderá
su calidad de oculto porque ya nada importa, solo obtenerla a “ella”, tenerla
para seguir creyendo lo increíble, que en la vida se puede pasar de agache y
que no lo va a cobrar. Pero vemos que sí
lo cobra y con creces, con la salud, con el aprecio de los demás, con la
dignidad y en el peor de los casos con la muerte. Sin embargo se puede salir, muchos
lo logran cuando se dan cuenta que estar drogado es una forma de desperdiciar
la vida muriendo a pedacitos.
Escrito de Isabel Prado Misas publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. octubre 2 de 2013