jueves, 15 de marzo de 2012

Seminario. Primera clase


                                      “Femineidad, acto analítico y escritura”

Si sólo fuera posible que alguien se mostrara capaz de detenerse un instante, de callar un momento a la vista de la verdad. Pero parece imposible. Todos, yo también, nos aproximamos a la verdad y la derrumbamos a fuerza de centenares de palabras. 
Franz Kafka
                                                                                                                                                                
Somos seres extraños, para nosotros mismos. Podríamos decir que el psicoanálisis parte de esta premisa, porque, ¿acaso no se llega a la consulta hablando de uno como si fuera otro? ¿Y no es con este otro con quien se da el encuentro?

La psicología en todas sus variantes sabe de este otro, por eso existen los test, objetivos y proyectivos, buscando indagar lo que se dice más allá de lo que dice. Que arrojan un resultado para decírselo al que dijo, con rótulos que le dicen cómo es, lo que nos indica que estamos advertidos de que no sabemos cómo somos.

Un final de análisis, dice Lacan, lleva a un: Tú eres eso. Una frase que implica un emisor que le dice al receptor lo que es, como en los test, pero a diferencia de estas teorías psicológicas que se apoyan en exámenes, pruebas, evaluaciones, diagnósticos, su búsqueda es un encuentro, una puesta en acto del sujeto del inconsciente. Ese sujeto siempre presente que Freud descubre en los actos fallidos, tan fallidos que nunca dieron, ni dan aún para que se les tenga en cuenta en la cientificidad psicológica, pero que para el psicoanálisis es lo más importante, es con lo que se ha de tratar.

Un Tú eres eso que no lo encuentra el que escucha sino el que habla, porque el que escucha sólo está ahí como garante de una palabra, y no precisamente la suya, sino la de aquel que llega y acepta la apuesta de soportar que sus palabras resuenen, porque acostumbrados por constitución a que: “la aproximación a la verdad la derrumbamos a fuerza de centenares de palabras”, como dice Kafka, “encuentre un lugar donde alguien sea capaz de detenerse un instante, de callar un momento a la vista de la verdad”.

Es en este sentido que el acto analítico tiene relación con la poesía, por eso no es raro que sea la cita de un escritor quien nos preste ayuda para poder decir lo indecible, porque sólo a alguien con una relación muy íntima con las palabras se le ocurriría enunciar tal queja. Una queja que no es cualquiera, que toca la desolación más íntima del ser humano, esa Torre de Babel, más trágica aún porque hablando consigo mismo y en el mismo idioma no encuentra respuesta posible.

Hay una frase muy recordada de Freud en la que afirma que al poeta le es mucho más fácil acercarse a verdades que al psicoanálisis le es más difícil decir. Lo que nos deja ver de entrada que su proximidad está más del lado del arte que de la ciencia pura, aquella que busca un saber midiéndolo, verificándolo y confirmándolo. Razón de que al leer a Freud, quien sin descuidar revisiones profundas de las teorías de su época, las aproximaciones que hace para acercarnos al saber del psicoanálisis esté más lleno de citas poéticas que de auxilios científicos o filosóficos, porque como dice:

La esencia más profunda y eterna de la humanidad, que el poeta cuenta con poder despertar en su auditorio, son aquellas mociones de la vida del alma que tienen su raíz en la infancia que después se hizo prehistoria”. Y, “Las mejores poesías son sin duda aquellas en que no se nota el propósito de hallar la rima, sino que los dos pensamientos han seleccionado de antemano, por inducción recíproca, su expresión lingüística, tras lo cual una ligera reelaboración permite hacer surgir la consonancia.

Y en alguno de sus escritos, nos da esta poesía de Heine

«Rara vez me comprendieron
y pocas los comprendí a ustedes,
sólo cuando nos encontramos en la mierda
nos comprendimos al instante».

Si, es entendible esta cita, que tomo sin importar su contexto, porque ese es el contexto del psicoanálisis, abordar aquello que la poesía logra sin miedo, pero que la ciencia parece siempre querer esconder. No es lugar para hablar de eso. Para el psicoanálisis si lo es, allí donde es posible tomar en serio lo que siempre se quiere esconder, y aún lo que ni siquiera se sabe que se esconde, por eso alguien jocosamente lo titulaba como alcantarilla, allí donde se puede verter lo pasado descompuesto. Una descomposición cifrada por la palabra y en la palabra, para ponerla en juego.

El acto analítico es un compromiso de decir la verdad y nada más que la verdad, y no consciente, que se sabe imposible, porque el que llega no sabe lo que allí se le pide, y después, aunque lo sepa, no sabe cuándo saltará. Así como el poeta tampoco sabe que su escritura jalona en el mismo sentido, sólo pone sus palabras dónde le dicta una voz que siendo propia, también es otra.

Una voz otra, un Otro con mayúscula como lo va nombrar Lacan para denominar el inconsciente que, en el acto analítico se escucha. Un lugar sin tiempo porque no se sabe cuando aparecerá aquello que viajando en las palabras y más palabras de todos los días, que hace que, como dice Heine: Rara vez me comprendieron, y pocas los comprendía a ustedes, se pueda en un instante fugaz comprender al instante que de lo que hablaba no era de lo que hablaba. Que allí se escondía otra cosa, que muchas veces hará llorar, otras reír, pero lo constante será la angustia, porque allí no hay quien nos diga quiénes somos, permitiendo la aproximación  a la verdad sin derrumbarla a punta de palabras. Y lo que queda es la soledad, el vacío, propicio para un encuentro en que el analista sólo es testigo de una verdad que aflora y ninguno de los dos sabía. Como en la poesía.

Seminario Isabel Prado Misas

El diván virtual


La pasión por no saber

Cuando algo anda mal es común que tienda a negarse, y no por una decisión consciente, más porque no se puede ver, lo que se llama la pasión por la ignorancia. Una condición para todos relacionada con lo inconsciente. Allí donde algo sospechoso hace señas, pero no se quiere saber nada de eso.

Razón que nos permite entender la repetida consulta por amor en la que se dice: “Creía que todo iba bien, no quería ver que algo no andaba, después, en el fondo, esperaba que todo cambiara. Y siempre, porque los recuerdos bonitos pesan más”. Una explicación que no excluye a los hombres pero si más frecuente del lado femenino para seguir en situaciones de maltrato, y no leves, sino los más graves como insultos, desprecios y golpes.
Una capacidad estoica para soportar lo insoportable, que hace que los demás se pregunten y se indignen, indignación que pareciera que las que sufren no sintieran, como si les estuviera vedada la capacidad para reaccionar como corresponde y creyeran que eso es lo que se merecen. Sin embargo, al escucharlas, se entiende que no es así, que hay un dolor muy profundo, y no por lo que les han hecho sino por lo que se han dejado hacer, pero no lo saben, aunque algo intuyan.

“Los mayores dolores son los que uno mismo se infringe”, decía Sófocles y tenía razón, pero las que cuentan esas cuitas ignoran su participación, por lo cual sus sospechas se dirigen siempre al otro y la pregunta que surge es: ¿Por qué me pega? Y no: ¿Por qué me dejo pegar?

Y no se trata aquí de una reflexión para responder también a golpes, es una más profunda y acaso más difícil, porque cuando es posible incluirse como participante, no siempre se sale bien librado, así la participación sea por omisión, que muchas veces se justifica diciendo: “Lo perdono porque después  me trata muy bien”. Respuesta cifrada en una posición mendiga, en una creencia inconsciente en la cual para recibir lo que se quiere y se merece, antes debería ser pagada con un acto que haga sentir miserable.

La sumisión y el sometimiento se creen sinónimos de bondad, cuando pareciera más bien una cierta comodidad que se paga con creces, pero es entendible, somos humanos y nuestra condición nos liga al otro, a veces de tal manera, que hace que nos olvidemos de nosotros mismos.

Estas palabras pueden parecer duras, pero también es cierto que más duro es vivirlo. La razón de que aquí la compasión sólo haga daño, porque más vale una buena pregunta a tiempo que toda una vida de ignorancia. Y no porque se olvide que el amor es ciego o que hay situaciones reales que incitan a quedarse, sino porque cuando se sabe lo que se quiere, no existe poder humano que obligue a someterse a un maltrato inmerecido.

“Nunca he sido discriminada por ser mujer. Porque me preparé. No hay nadie que le calle la boca a alguien que sabe de lo que habla”. Palabras de María das Graças Silva, quien agrega: “Yo nunca viví el prejuicio. Y no lo hice porque lo enfrenté. Se debe tener coraje”. María, proveniente de las favelas brasileras, hija de un padre mal tratador y en su infancia y adolescencia de una pobreza extrema, hoy es la presidenta de una gigante petrolera. Una mujer que parece tener claro cómo quiere ser tratada, que debería incitarnos a una pregunta, y no sólo para ellas: ¿Qué es lo que ignoro de mí, que además no quiero saber y lo único que me queda es la queja? Interrogación que no lo resuelve todo, pero iniciarla puede traer implícitas muchas respuestas.

Escrito de IPM publicado en el periódico El Heraldo de Barranquilla, Colombia. Marzo 3 2012